Hace pocos días ha sido el día mundial contra el acoso escolar. El tema ha salido en la mayoría de los medios de comunicación, más incluso que en años anteriores. Cada vez hay más conciencia social de que es la asignatura pendiente en la protección de la infancia y la adolescencia. No solo lo sufren tres millones de niños, niñas y adolescentes en España, según los últimos estudios de incidencia, sino que es la principal causa de suicidio entre los menores​.

AEPAE - Acoso escolar o cómo construir una sociedad toxica

El acoso escolar no solo es el sufrimiento insoportable dentro del centro educativo, sino las secuelas que deja la profunda herida emocional que genera. El reciente suicidio de Claudia, de 20 años, en Gijón es la punta del iceberg, no solo de la magnitud del problema, sino de las secuelas que deja en las víctimas cuando son adultos, que muchas veces arrastran toda la vida como un preso del medievo arrastraba sus cadenas. Claudia, después de sufrir acoso escolar severo, entró en depresión, hasta que el fatídico 29 de abril pasado se quitó la vida. La frase de su nota de suicidio decía: «Habéis cogido a una niña de alta autoestima y de altas capacidades y la habéis machacado hasta el punto de no salir de la cama en años y llevarla al suicidio».

Con la experiencia de 20 años y haber atendido a casi ya 5.000 víctimas severas y trabajado también con los victimarios o acosadores/as, vamos a analizar la toxicidad que la normalización de la violencia escolar genera en nuestra sociedad.

Comenzaremos desde la perspectiva de la víctima. Ya hemos explicado, en anteriores artículos, las dos circunstancias que provocan el acoso escolar: la diversidad y la oportunidad, situaciones que colocan a la víctima en el foco de grupo. NO existe un perfil concreto de víctima ni de acosador, sino tan solo, circunstancias relacionales, tanto dentro del ámbito educativo como familiar. En cuanto al propio desarrollo del proceso de acoso escolar, recordemos también, los tres parámetros que influyen en el daño: la frecuencia del maltrato, la intensidad de este y la resiliencia de la víctima.

El niño, la niña o el adolescente que sufre acoso escolar entra en un proceso de pérdida de la confianza y de la autoestima, paulatino, que le lleva a una situación de indefensión aprendida, con dos puntos de inflexión:

  • El primero es la expectativa del maltrato que -al haber ocurrido sucesivas veces- se anticipa, generando ansiedad y un continuo estado de alerta. Esta situación genera somatizaciones: temor a ir al centro escolar, dolores de tripa y de cabeza, disminución del rendimiento escolar, insomnio y pesadillas.
  • El segundo punto de inflexión, mucho más peligroso, es la cronificación de los síntomas, al asumir el rol de víctima. La rendición. La sensación de que no hay nada que hacer y que no hay salida. Aquí llegamos al estrés postraumático, las autolesiones y la ideación suicida.

Este tránsito por el infierno debería ser conocido por todos los responsables del sistema educativo, desde el personal docente, a los inspectores e inspectoras de educación y por supuesto, a los responsables políticos, para que dejen de una vez de trivializar el problema y pensar que son cosas de niños. Aquí podríamos hablar de prevaricación, por dejación de funciones con conocimiento de causa.

Claudia decía -en su nota de suicidio- que tenía alta autoestima y altas capacidades. No era normativa ni formaba parte del rebaño y esto la ponía en el foco del grupo. Suele darse la circunstancia de que muchas veces se acosa por diversidad -además de por la oportunidad, ya hemos hablado de ello en otros artículos-. Aquí tenemos una consecuencia social deshumanizadora. Si en los centros educativos se maltrata al diferente, y se contempla la bondad y la sensibilidad como una debilidad, ¿qué sociedad estamos construyendo?. Se está machacando a los menores que precisamente pueden transformar su entorno desde su peculiaridad. Niños y niñas sensibles, y empáticos, que son ahogados en vida. Recuerdo la frase de un niño de 5 años que le decía a su madre: «Mamá, los demás niños me quieren oscurecer el corazón». No se puede expresar mejor, demos voz a las víctimas.

En definitiva, al normalizar la violencia y considerarla rentable, -es lo que les ocurre a los victimarios o acosadores-, estamos construyendo una sociedad tóxica y deshumanizada, que siembra lo que recogerá en el futuro: maltrato de género, mobbing, xenofobia, homofobia y no respeto por la diversidad funcional. Qué hipocresía más grande la de los responsables políticos de todo el arco parlamentario, a los que se les llena la boca de demagogia cuando hablan de estos temas. ¿Cuándo se van a enterar de que, al abordar el acoso escolar de la manera adecuada, estaremos previniendo estas conductas violentas en el futuro?

Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE

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