Cuando sea un niño otra vez, volveré a reírme. Paseando por mis años antiguos volveré a emocionarme por las cosas pequeñas. Esas que parecen intrascendentes a los ojos de las personas adultas. Me volveré a rebelar ante lo políticamente correcto, antes de que me corten las alas los intereses creados, otra vez.

AEPAE - Artículo - Cuando sea un niño

Que mágica impresión cuando aprendíamos algo nuevo en el colegio. Cuando nos sentíamos invencibles. Cuando pintábamos en nuestra página en blanco nuestra propia historia de un devenir que nos pertenecía. Con trazos gruesos e impulsivos unas veces y otras, diminutos y sutiles.

Recuerdos de profesores y profesoras amables que nos hacían sentir en nuestro propio hogar. Arropándonos unas veces y otras impulsándonos hacia el infinito. Haciéndonos sentir que todo era posible y que un día no muy lejano, heredaríamos la tierra.

Pero también recuerdo otros profesores y profesoras que no entendían de emociones. Que creían que el conocimiento de una fórmula matemática o de la fecha de un acontecimiento histórico, nos convertiría en mejores personas; que el currículo académico y el boletín de notas eran el único universo posible, que no tenía espacio para una lágrima o una carcajada; que miraban para otro lado, normalizando una violencia aparentemente inocua, que se convertiría indefectiblemente en veneno.

Pero qué dolor de ver a compañeros y compañeras burlados y excluidos continuamente. Y que no importaba, porque al fin y al cabo eran cosas de niños. Que había que espabilarse porque el sufrimiento propio y ajeno nos endurecería. Aunque aquello, y nadie nos lo dijo, dejara muchos cadáveres en el camino. No cadáveres en el cementerio -que también los hay- sino muertos en vida. Víctimas que arrastrarían sus cadenas para siempre, incapaces de sentirse seguras, con una autoestima vaciada de amor propio.

También rememoro padres y madres que se implicaban. Que iban a una con el personal docente, comprometidos con una educación en valores. Mientras que hoy, en muchos casos, justifican la violencia de sus vástagos, sobreprotegiéndoles y convirtiéndoles en pequeños dictadores.

Cuando sea un niño otra vez, volveré a sentirme valiente. Denunciaré que el acoso escolar duele y puede matar. Gritaré bien fuerte, que el acoso escolar es un problema de derechos humanos. No solo de xenofobia, homofobia, violencia de género, y no respeto de la diversidad funcional, sino de algo mucho peor: no ser conscientes de que lo que un niño o una niña normalizan, lo acabarán reproduciendo en su vida de adultos.

Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE

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