Uno de los principales problemas a la hora de profundizar en el acoso escolar, es abordar el tratamiento hacia los acosadores o victimarios. Más allá de la visión dualista, maniquea y simplificadora del bueno y el malo, es importante clarificar las cosas -como siempre hacemos desde AEPAE- para hacer pedagogía desde la experiencia directa, aterrizada en la realidad.

AEPAE - ¿Los acosadores son víctimas?

Cuando se confirma un caso de acoso escolar, el propio protocolo de actuación reclama realizar tres acciones principales: proteger a la víctima, sancionar al victimario y sensibilizar en el aula. Ya hemos hablado en otros artículos largo y tendido sobre la desatención a las víctimas y el fraude del protocolo. Ahora toca hablar de los victimarios.

El primer problema con que nos encontramos es que, en 9 de cada 10 casos, no hay sanción hacia el acosador o acosadora, y cuando la hay -por ser un maltrato de especial gravedad- suele recurrirse a la sanción punitiva, esto es, a la expulsión del centro educativo, que raras veces sirve de solución. En la mayoría de las ocasiones el acosador vuelve al colegio empoderado, dispuesto a machacar al chivato que le acusó de maltrato.

La sanción debería ser reeducativa y es absolutamente necesaria por tres motivos: el primero como acción de justicia restaurativa hacia la víctima, que necesita ver que el sistema le protege y no le deja indefenso. La segunda hacia el victimario, que asume su responsabilidad y entiende que hay consecuencias directas y firmes hacia su comportamiento. La tercera hacia el grupo de iguales, que percibe que hay tolerancia cero ante el acoso escolar. Si nos ponemos en lo contrario, que es lo que ocurre en el 90% de situaciones de acoso escolar, ya podemos hacernos una idea de lo que está sucediendo.

Nos parece lamentable e hipócrita que a los políticos se les llene la boca de palabras como xenofobia, homofobia, diversidad funcional y cognitiva o violencia de género dedicadas únicamente a los adultos, sabiendo que en cualquier proceso de acoso escolar están presentes estas circunstancias. El acoso escolar es la asignatura pendiente en nuestra sociedad. Un problema de derechos humanos, que se pretende encasillar como meramente educativo, para acabar diluyéndose como un azucarillo en el agua caliente de un sistema que se protege a sí mismo.

Vamos a abordarlo desde una visión holística, ya que tiene muchas aristas y a menudo se aborda únicamente desde una óptica políticamente correcta, esto es, demagógica y buenista.

El acoso escolar requiere firmeza, pero también humanidad. El acosador o acosadora, también sufre y son víctimas del proceso. Ningún niño o niña, que se sienta bien consigo mismo, maltrataría a otro de forma reiterada. Más allá de la visión pesimista de que el hombre es un lobo para el hombre, mi experiencia docente me dice que los menores son hojas en blanco que se van llenando de experiencias. A veces con trazos finos, sutiles y de colores suaves. Otras, con trazos gruesos, profundos, violentos y de colores primarios. Escriben su propia historia desde su predisposición genética y -en mayor medida- desde el ambiente en que viven y se desarrollan. Pero esto no debe interpretarse desde la sobreprotección o la irresponsabilidad.

El acosador o victimario necesita ayuda para salir de la espiral de normalización de la violencia y de la estigmatización. Muchas veces se le percibe como mala persona e irrecuperable para la sociedad. Recibe diariamente mensajes que provocarán la profecía autocumplida: eres malo, agresivo, peligroso, violento. Te rechazamos.

Esto no quiere decir que exista equidistancia entre la víctima y el victimario. La víctima sufre el maltrato del victimario, y este debe tener su sanción firme y motivada. Tiene que restaurar el daño y responsabilizarse de sus acciones, pero desde la óptica de la reeducación más que de una sanción punitiva. ¿Cómo hacemos eso? nos preguntan a veces los equipos docentes. Desde la empatía y la compasión. Los acosadores necesitan sentir que se confía en ellos, que son más que las acciones que perpetran, que pueden cambiar de comportamiento y aprender del proceso.

Desde nuestra experiencia, las sanciones reeducativas -entendiendo que el acoso escolar es considerado como falta muy grave en el reglamento disciplinario a pesar de que no se especifica como tal- deben tener unas características comunes de base: deben adaptarse a la edad del victimario, a la gravedad de las acciones de maltrato y a la reiteración del acoso.

En educación primaria y como norma general, recomendamos que realicen acciones que les cuesten un esfuerzo, siempre motivando la sanción para que entiendan que es consecuencia del maltrato que han realizado.

En educación secundaria, donde las acciones de acoso escolar son de mayor gravedad, las sanciones reeducativas deberían adaptarse a la tipología del acoso. Si el acoso tiene que ver con la xenofobia, por ejemplo, una manera de trabajar la empatía es realizando un trabajo o exposición en clase sobre el mismo tema.

En nuestro plan nacional, tenemos un taller de resolución pacífica de conflictos, para los victimarios, con cinco áreas de trabajo: confianza y colaboración, control de impulsos, asertividad, empatía y compasión y compromiso de cambio. Los resultados de este taller son extraordinarios. Hay un antes y un después en el comportamiento de los chicos y chicas que asisten.

En definitiva, es necesario sancionar de manera reeducativa, como pieza fundamental, a sumar a la protección de la víctima y a la sensibilización en el grupo de iguales. Invisibilizar o minimizar el problema agrava más la situación y conduce -irremediablemente- al incremento del daño y a consecuencias dramáticas, de las que son responsables los adultos que lo permiten.

Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE

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