¿Has observado como duerme un bebé en su cuna? ¿Con que perfección respira? ¿Cómo se dilata su abdomen, con la cadencia y la fluidez de una suave brisa intermitente? ¿Has llegado a percibir que es algo mágico y emocionante, que te conecta con el misterio de la vida?

Los primeros tres años de vida son fundamentales para el desarrollo del cerebro y el mundo emocional del bebé: al nacer, el cerebro tiene el 25% de su tamaño adulto, pero al llegar a los 3 años ya alcanza el 80%. Se forman millones de conexiones neuronales cada segundo, sobre todo en respuesta a las experiencias vividas. Lo que le gusta y lo que no le gusta. Emociones que le agradan y emociones que le desagradan, que gestiona de manera instintiva como mecanismo de supervivencia.
Las emociones empiezan a organizarse: la alegría, el miedo, el enfado o la tristeza, se van aprendiendo e integrando en su cerebro emocional, teniendo en cuenta que, hasta los 3 años, los bebes no tienen recuerdos conscientes, pero sí memoria somática: el cuerpo recuerda lo que el cerebro aun no puede conceptualizar. Todas las interacciones con sus cuidadores o cuidadoras van a tener un impacto directo en este proceso cognitivo de maduración cerebral, sean estas en el ámbito familiar o el escolar.
Más adelante, comienza la autorregulación emocional de manera progresiva, donde ya no existe solo la dependencia de las figuras de apego cercanas, sino que entran en la ecuación del aprendizaje emocional, otros adultos y sus iguales. Si en los tres primeros años de vida, predomina el sistema límbico, más centrado en la supervivencia, a partir de los 4 años, con el incipiente desarrollo de la corteza prefrontal, se inicia la reflexión, la empatía y el aprendizaje social.

¿Recuerdas tus primeros sueños y anhelos, donde todo era posible en tu imaginación? ¿Esos primeros años en los que construías tus propias historias en tu universo particular? No existía el miedo, sino tan solo el entusiasmo, la curiosidad y el placer. ¿Recuerdas esa genuina alegría de vivir y de celebrar tu existencia?
Y pronto llega el primer día de colegio. Los nervios y la incertidumbre de un nuevo entorno, más allá del núcleo familiar. Los primeros conflictos y las primeras memorias emocionales en tu interacción con tus iguales y con adultos que ya no son tus padres, tus madres o tus abuelos. La implacable maquinaria social, comienza a hacer su trabajo, para que entiendas que la bondad es una debilidad y la empatía un freno a la voluntad de poder y el egoísmo.
Y acontecen conflictos con las primeras agresiones, que se van normalizando, hasta instaurar la sensación de que la violencia es rentable; para muchos adultos son cosas de niños: eres raro, friki, inadaptado y problemático. Tu familia está trastornada: mejor marcharos del colegio, no vaya a repercutir en nuestro prestigió personal o institucional.
Esos niños, niñas y adolescentes ya no volverán a ser los mismos. Habrán perdido su inocencia. Su extraordinario potencial como seres humanos, se habrá apagado, convirtiéndose en la sombra de sí mismos, arrastrando sus pesadas cadenas de daño, como los presos en las cárceles medievales.
Pero algo está cambiando. Se está iniciando un movimiento valiente y firme que ya no clama en el desierto. Que va creciendo y conectándose, como las dendritas generando sinapsis en la unión de las neuronas, dentro de un gran cerebro lleno de empatía y compasión. Personas de todos los ámbitos que son conscientes de que el abordaje del acoso escolar necesita un cambio, en el que no se permita el sufrimiento de los niños y la perpetuación de la violencia como instrumento de control social. Cada vez somos más. Únete. Te estamos esperando.
¿Sabes a qué huelen los niños? Los niños huelen a esperanza.
Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE
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