ENTREVISTA EN EL PAÍS EL 11 DE FEBRERO DE 2017
DE BEATRIZ PORTINARI
A ENRIQUE PÉREZ-CARRILLO | PRESIDENTE DE LA AEPAE
“Cuando un padre detecta que su hijo sufre ‘bullying’, el daño está hecho”
El experto propone un Plan Nacional contra el Acoso Escolar, que podría reducir un 30% la violencia en las aulas y garantizar la autodefensa de los menores.
Insultar a un niño por su aspecto o conocimientos, reírse de él cuando comete un error, no hablarle, no dejarle participar en juegos y aislarle, instigar a los demás para que le aíslen, acusarle falsamente, contar mentiras sobre él, desprestigiarle, imitarle y hacerle burla, esconder sus pertenencias, robarle, ridiculizarle. Y todavía no hemos llegado a la fase de amenazarle, intimidarle y golpearle.
Para Enrique Pérez-Carrillo, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE), restar importancia al daño que sufren las víctimas de bullying nos lleva a estandarizar la violencia y asumir como normales casos como el reciente suicidio de Lucía en Murcia o la paliza a una adolescente en Lanzarote. Esos son solo dos ejemplos mediáticos. Pero entre el 1 de noviembre y el 31 de diciembre de 2016, el nuevo Teléfono contra el Acoso Escolar (900018018) del Ministerio de Educación ha recibido 5.552 llamadas anónimas, de las que 1.955 se han confirmado como posibles casos de bullying. Es decir, casi 2.000 menores pidieron ayuda en solo dos meses.
“En el momento que hemos aceptado esto como algo normal, hemos fallado como sociedad”, denuncia Pérez-Carrillo, maestro de Yawara Jitsu o Defensa Personal Científica, que puso en marcha la AEPAE a raíz de la muerte de Jokin en 2004. Aquel primer suicidio por acoso escolar y las peticiones de entrenamiento para niños que no sabían defenderse fueron los detonantes para crear esta organización sin ánimo de lucro que lleva más de una década trabajando en la detección temprana de la violencia en las aulas. Su propuesta de un Plan Nacional para la Prevención del Acoso Escolar no consigue el compromiso político necesario para implantarlo en todo el país, pero los colegios donde se ha puesto en marcha confirman la reducción en un 30% de la violencia escolar.
Pregunta. ¿Qué está fallando para que los niños se suiciden por el acoso escolar?
Respuesta. Creemos que fallan muchas cosas: la sociedad ha banalizado la violencia y la considera rentable. El mayor aprendizaje de los niños es a través de contenidos televisivos y videojuegos violentos que les da una visión muy sesgada de la realidad; ya no socializan en la calle ni empatizan en la vida real. El acosador ve que consigue un beneficio de la agresión y la propia sociedad refleja en las nuevas generaciones una pérdida de valores y pérdida de respeto a los padres y profesores. Por último, tenemos una carencia de buena formación preventiva que se puede implementar en las escuelas para sensibilizar, prevenir y corregir.
P. ¿Qué síntomas deben observar los padres para detectar si su hijo es hostigado?
R. Cuando un padre detecta que su hijo sufre bullying, la prevención ya ha fallado y el daño está hecho. Eso nos obliga a la reacción proactiva, porque la detección temprana no ha funcionado. Las señales de alerta son varias; la más básica sería cualquier cambio en el comportamiento normal del niño: de repente menores que no tenían problemas para ir a la escuela muestran temor o ponen excusas los domingos porque les da miedo que llegue el lunes. Pueden somatizarlo con molestias gastrointestinales y dolores de cabeza, pesadillas recurrentes, insomnio. El acoso es un proceso sumatorio y el daño se acumula: en los casos extremos observamos estrés postraumático e ideación suicida.
P. ¿Y cómo se debería detectar en las escuelas?
R. Lo que hemos intentado advertir a los políticos es que se debe hacer una intervención integral y detección precoz: que se forme específicamente a los profesores para que no minimicen los conflictos, pero también es necesario intervenir con los padres y alumnos. La formación y sensibilización en las propias aulas no se puede limitar a una charla teórica, sino que se debe trabajar con los acosadores, los acosados y los observadores de forma práctica.
P. En Finlandia tiene éxito el “programa KIVA” para detener el acoso. ¿Funcionaría aquí?
R. Después de años de experiencia, nos parece que no se puede copiar métodos de otros países porque cada sociedad tiene sus características. El plan KIVA es interesante porque también propone un enfoque global, pero se basa mucho en los “observadores”, los menores que no participan en el acoso. Es cierto que son una pieza fundamental, pero ese método no aporta herramientas de ayuda concreta a las víctimas ni reeduca a los acosadores. Además, solo mide la violencia con un sociograma, que es preventivo, cuando lo que hace falta es un test pre y postviolencia, que mida la incidencia, la frecuencia, la intensidad y el daño del acoso.
P. ¿Cómo nace su propuesta de Plan Nacional contra el Acoso Escolar?
R. El Plan surgió a partir de las trabas burocráticas y las barreras sociales, políticas, educativas y familiares que nos encontrábamos para detener el acoso. Proponemos aplicar herramientas que hemos ido desarrollando desde la experiencia de más de una década, no desde un despacho. En España se ha implementado en 50 escuelas y ahora mismo estamos desarrollando un programa piloto simultáneamente en 18 escuelas de La Rioja que, en esta ocasión, cuentan con fondos públicos. En los centros donde se ha puesto en práctica hasta ahora hemos comprobado ─gracias a los test pre y postintervención que miden la evolución de las víctimas y de los acosadores─ que reduce un 30% la incidencia de la violencia escolar.
P. ¿Cómo se desarrolla en la práctica en un colegio o instituto?
R. Primero se hace un cronograma en función del número de alumnos y de la edad en la que se quiere intervenir, si es en Primaria o Secundaria y se evalúa la urgencia si ya tienen casos previos de acoso, que requiere una atención a las víctimas. Las actividades duran dos semanas y consisten en dinámicas de grupo con todos los implicados para que tanto niños como profesores aprendan a distinguir lo que es acoso de lo que no lo es. Formamos a los profesores, padres y alumnos. Algo que nos parece fundamental es la “conciencia del daño”: muchos niños, sobre todo cuando son pequeños, no se dan cuenta del dolor que provocan en el otro. Para ello, a través de una serie de dinámicas de grupo y rol-playing trabajamos la empatía, el respeto a la diferencia y la inclusión. Los psicólogos de AEPAE confirman que un niño puede olvidar lo que escucha, pero lo que experimenta y siente lo aprende para siempre. Después de esas dos semanas de trabajo dinámico con el grupo, será el tutor o el orientador del centro quien hará un seguimiento de las víctimas de bullying y de los acosadores en cinco o seis sesiones, una al mes. Aportamos al centro todo el material y herramientas que necesiten para esto y no quita mucho tiempo del temario habitual. Al final del curso se vuelve a hacer el test para medir la incidencia de la violencia y comprobar si ha funcionado.
P. El programa incluye clases de defensa personal: ¿son una solución al acoso?
R. Aquí debo decir que están saliendo muchos cursos oportunistas de defensa personal y las artes marciales no son la solución al acoso escolar, sino solo una herramienta. En el curso específico de atención a las víctimas de bullying se trata de devolverles la seguridad en sí mismos, la confianza y la autoestima. Después tratar con más de 3.000 menores víctimas de acoso, el programa tiene tres aspectos muy definidos: la psicoasertividad (que les enseña un uso del lenguaje de manera asertiva para establecer límites), el teatro corporal (para que el lenguaje del cuerpo vaya en consonancia con lo que dicen asertivamente de forma verbal) y la autodefensa, para que el niño sepa que su espacio personal no puede ser violado. Les damos herramientas no para un ataque, sino para una seguridad física destinada a defender su espacio.
P. Aunque las competencias educativas dependan de las Comunidades Autónomas, ¿por qué no existe un pacto estatal real para acabar con el acoso escolar?
R. Falta compromiso y parece que los políticos se sienten más cómodos con herramientas reactivas, como el Teléfono del Acoso, al cual se acude cuando ya se está sufriendo bullying porque la prevención no funciona, y también mandan rápidamente a los inspectores cuando sucede una tragedia. Hemos tenido reuniones con departamentos de educación y la respuesta ha sido “vuestra propuesta es interesante, pero no hay dinero para implementar el Plan”. El coste que tendría poner en marcha un programa preventivo en colegios de más de 100 niños es de 10 euros por niño al año y se puede financiar. Algunos colegios que nos han pedido aplicar el Plan lo han financiado con ayuda de las AMPAS, porque los padres están muy preocupados por este problema. No es necesario que se aplique de repente en todos los colegios del país, pero se podría desarrollar de forma urgente en los centros donde ya existen antecedentes de acoso o en Primaria, por regiones. Hemos pedido también que se haga un registro exhaustivo de la incidencia real del acoso, no solo con estimaciones de sociogramas. Da la impresión de que no interesa que salgan a la luz los datos reales. El 1% o 3% de acoso escolar que se maneja como cifra oficial recoge solo los casos más graves y eso es la punta del iceberg.