Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva es periodista y escritor, y preside la Asociación para la Prevención del Acoso Escolar. ‘El acoso escolar mata’, su nuevo libro, ofrece a las familias claves para afrontar el problema y para que los maltratados recuperen la confianza y su autoestima.
El periodista y escritor malagueño aborda en ‘El acoso escolar mata’ las claves para detectar y poner solución a este grave problema, un libro con el que ha llegado a la final de los premios Caligrama Talento, que se fallan el próximo lunes. Preside la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar. Ha impartido cursos en más de 15 países a unos 15.000 alumnos y alumnas. El plan de prevención diseñado desde la asociación, con intervención de un centenar de profesionales, se aplica en colegios de varias comunidades.
FRANCISCO GUTIÉRREZ (FG): El título de su libro es contundente, casi alarmista, ¿por qué ese título?
ENRIQUE PÉREZ-CARRILLO DE LA CUEVA (EPC): Porque refleja una realidad, como es el suicidio de al menos seis chicos y chicas en estos últimos años por acoso escolar. Pero damos una imagen positiva, en la portada aparece un niño sonriendo, no hemos puestos una imagen negativa, sino todo lo contrario. Queremos hacer ver que con las herramientas adecuadas, el problema se puede superar. El acoso escolar mata, como muestran las estadísticas, pero también hay un efecto a largo plazo, el de adultos que no son felices porque fueron acosados.
FG: En los manuales y protocolos no queda claramente especificado qué se entiende por acoso. ¿Cuál sería su definición?
EPC: El acoso se caracteriza por el maltrato entre iguales, en el entorno escolar, aunque iguales no significa que sean de la misma edad, pueden ser de edades diferentes, pero lo fundamental es que se produzca en el colegio o en su entorno, comedor, transporte, a la entrada o salida. Y otra característica es la reiteración. Entendemos que cuando la agresión se produce tres veces, ya estamos ante acoso.
FG: Lo más complicado puede ser detectar el acoso, saber cuándo estamos en una situación de riesgo o se trata de ‘cosas de niños’, como se suele argumentar…
EPC: Nosotros lo tenemos claro: si la agresión se produce tres o más veces, ya estamos ante una situación de acoso que hace necesario intervenir. No hay que entrar en la intencionalidad u otras consideraciones. A edades pequeñas puede que no haya intencionalidad de hacer daño, pero el maltratador consigue un beneficio y desde esa perspectiva seguirán haciéndolo. Siempre hay que ponerse de lado del que sufre el maltrato, aunque el maltratador no tenga conciencia del daño. Y su acción debe tener consecuencias, siempre adaptadas a su edad.
FG: Hay distintos protocolos de actuación, creo que cada comunidad autónoma tiene el suyo propio, ¿qué valoración le merecen?
EPC: Han mejorado mucho en los últimos años, pero creo que son muy burocráticos y a veces sirven de coartada a los colegios para no actuar. Se abre un protocolo, pero no se llega a actuar. Además, los padres no tienen
acceso a la información. El problema es que el centro es juez y parte, y a veces lo utilizan como coartada, porque tratan de minimizar los problemas.
FG: Hay ocasiones en que los padres recriminan a los hijos no defenderse, no tener también una actitud agresiva, ¿cómo ve el papel de las familias?
EPC: Es fundamental a la hora de detectar el problema, hay muchas claves, muchas señales que indican que hay un problema y los padres deben de estar atentos. Pero siempre deben ponerse del lado de su hijo o hija. Nada justifica el maltrato, a veces no lo entienden así y recriminan al chico o chica que no reaccione, y esto supone una revictimización. No entienden que el acosador ha anulado la capacidad de reacción de su hijo, que ya no quiere ni defenderse porque la agresión se ha convertido en algo cotidiano.
FG: Hablamos de la víctima, pero ¿qué pasa con el agresor? La reacción en estos casos suele ser la expulsión del centro, ¿es la solución?
EPC: Cuando un chico o chica acosa es porque obtiene un beneficio. Por esto medidas como la expulsión no son la solución. Se le manda 10 o 15 días a casa, donde suele estar solo, sin control parental, haciendo lo que quiera. Esto para él es realmente un premio. Y vuelve al centro empoderado. Lo que hay que hacerles ver es que su acción tiene consecuencias. Puede ayudar en labores del centro, en el mantenimiento o limpieza. Y si tiene habilidades en alguna materia, ponerlo a que ayude a sus compañeros, algo que sea reeducativo, que tenga un coste para él.
FG: En algunos centros se impulsa la figura de los mediadores escolares, ¿pueden ser una solución?
EPC: Cuando ya hay una situación de acoso no pueden hacer nada, porque hay un desequilibrio de poder, no podemos poner al mismo nivel al acosador y al acosado. Sí son válidos para evitar conflictos, pero si se constata el acoso hay que proteger y sancionar. A veces se obliga al acosado a sentarse con el acosador, a intentar ser amigos, y hay que respetar la voluntad de quien no quiere saber nada de quien está machacándolo.
FG: ¿Qué incidencia hay en España respecto a Europa?
EPC: Uno de los estudios más completos es el de Unicef, que a nivel mundial indica una incidencia en uno de cada cuatro escolares. En España los estudios lo sitúan entre el 9% y el 24%. Nuestros estudios propios nos indican una incidencia media en torno al 11%. Entre varios millones de escolares, son cientos de miles los afectados, lo que nos da una idea de la magnitud del problema.
FG: ¿Hay diferencias entre centros públicos y privados, o por nivel de renta?
EPC: No son determinantes. Entre los que hemos trabajado nuestro plan, la mayor incidencia la encontramos en un privado de alto nivel. Pero no es algo significativo. Lo que sí hemos apreciado es diferencias en el tipo de maltrato; por ejemplo, en los privados son más clasistas, hay una exclusión social. Pero esa imagen del acosador como hijo de familia desestructurada no es real.
FG: Últimamente se pone el énfasis en el ciberacoso, ¿cree que ahora es el mayor problema?
EPC: Desde AEPAE entendemos que se está poniendo el acento en el ciberacoso, como si fuera el más importante, cuando es una parte del problema, una forma más de acoso. Tenga en cuenta que no se da hasta que el menor tiene un ‘smartphone’. Si hacemos prevención antes de que ese teléfono llegue a sus manos, evitaremos sus consecuencias. Lo que sí es cierto es que el ciberacoso incrementa el daño, porque es más intenso y más frecuente.