“8 de cada 10 acosadores se van de rositas y, por tanto, se trata de un problema que no se soluciona”

Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva (Málaga, 1967) es licenciado en Periodismo y profesor de defensa personal. Fue precisamente en sus clases donde conoció a muchos jóvenes que sufrían maltrato en sus colegios y decidió «hacer algo al respecto». Hace 15 años fundó la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar, junto con dos compañeros más: Gregorio Pastor, profesor de arte dramático, y Miguel del Nogal, psicólogo clínico. Hoy son más de 50 profesionales con delegaciones en las principales capitales españolas. La Comisión Europea le eligió para revisar los planes de prevención del acoso escolar en México, uno de los países donde se producen más casos.

Acoso escolar en España

¿Qué podría o debería hacer un menor que está padeciendo acoso escolar?

Lo más importante es que lo cuente. Y si no quiere que le vean porque le pueden llamar chivato o sufrir represalias, se lo puede decir a sus padres en casa, al tutor o a un profesor con el que tenga feeling de una forma discreta, confidencial o anónima. Contarlo es ser valiente, no es ser un chivato. Hace unos días una orientadora de un colegio donde hemos llevado a cabo una formación llamada Prevención entre iguales, en la que se forma a los alumnos con un liderazgo positivo en el grupo, nos comenta que uno de estos niños, por medio de un correo electrónico al tutor, ha permitido detectar un caso de acoso. El correo electrónico y los teléfonos de ayuda pueden ser útiles a partir de los 10 u 11 años, edad en la que los alumnos tienen ya la capacidad para utilizarlos.

Un mensaje fundamental que hay que decirle a un niño o niña es que nadie tiene derecho a hacerle daño ni a maltratarle, ni verbal ni físicamente. Que diga no, que diga basta. Después de impartir cursos a más 3.000 niños que han padecido acoso escolar, nos hemos encontrado que eso es difícil. Cuando un niño normaliza el rol de víctima, no puede decir basta, porque es algo que ha normalizado y piensa que es lo que tiene que pasar. Por eso se ha de producir un proceso de empoderamiento para que sientan que son capaces de decir no.

¿Y que podría o debería hacer un chico que observa que algún compañero está sufriendo acoso?

Lo primero, nunca ponerse de parte del que acosa, aunque sea más cómodo estar en el grupo de los populares. Dos, que se ponga de parte de la víctima. Tres, que lo cuente, si quiere de forma confidencial y anónima. Y que entienda que, si no lo cuenta, es corresponsable de que eso esté ocurriendo porque, al estar pasivo, está permitiendo que a un compañero le maltraten. Que entienda que tiene una parte de responsabilidad, porque eso ocurre en su grupo, en su aula, en su entorno. Tiene que ser valiente y contárselo a un adulto. La víctima no es responsable de nada, pero el observador es responsable si permite que eso suceda.

Pongámonos ahora en el lugar de las familias…

Te has olvidado de los acosadores…

Es verdad. Adelante. 

Nosotros impartimos unos cursos a estos niños que llamamos, para no etiquetar a nadie, de resolución pacífica de conflictos. Son niños que, cuando hacemos una serie de dinámicas de empatía y compasión, se dan cuenta del daño que están haciendo. A veces hay niños que se ponen a llorar, porque no eran conscientes del gran daño que estaban causando. Buscamos que intenten ponerse en el lugar del compañero que está sufriendo burlas, amenazas, intimidaciones, insultos… A partir de la ESO, ese maltrato se produce sobre todo a través de Whatsapp, Facebook… Cuando un niño tiene conciencia del daño, cambia su comportamiento.

Volvamos a las familias: ¿qué pueden hacer las que creen que su hijo o hija puede estar sufriendo acoso?

Si un padre sospecha que su hijo sufre acoso por una serie de indicios como, por ejemplo, que no quiere ir al colegio, cambios bruscos de humor, somatizaciones como dolor de cabeza o de tripa, insomnio o pesadillas que suelen ocurrir de manera anticipatoria el domingo por la noche, disminución del rendimiento escolar… Con el paso del tiempo, ese daño se puede cronificar y la víctima puede sufrir estrés postraumático e ideación suicida. Hay niños que ven que su única salida es no existir, pero todavía no tienen la capacidad o la fuerza para hacerlo. Hace unas semanas nos contó una madre que su hijo, de seis años, sufre acoso desde los cuatro y le dijo: «Mami, ¿cuánto tiempo falta para estar con Dios?».

En cuanto perciban esos indicios, han de sentarse con su hijo para hablar en confianza, para que les cuenten qué es lo que ocurre. Hay niños que se resisten a hablar por timidez, por vergüenza, por lo que sea. Con la información que obtenga, el padre o la madre ha de ir al centro escolar y hablar con el tutor, que es el profesor que pasa más tiempo con su hijo y transmitirle que ha percibido una serie de cambios en su hijo que le hacen pensar que algo está ocurriendo. Y ha de instar al tutor a que investigue qué ocurre. Siempre se aconseja que los trámites que haga el padre se hagan en plazos de una semana, porque los protocolos que hay hoy en día son demasiado lentos, demasiado burocráticos y administrativos, y resultan ineficientes. Cualquier comunicación de los padres hacia el centro, o al revés, siempre debe exigir la madre o el padre, que se hagan en el plazo de una semana, que es un tiempo más que razonable para que ese tutor pueda hablar con su hijo, con los demás compañeros, con otros profesores, etc. Mientras tanto, los padres deben seguir hablando con su hijo, para ver si está bien.

A la semana siguiente, el tutor tiene que decirle a los padres qué ha investigado y qué ha hecho para proteger a su hijo: si se ha activado alguna vigilancia, si se ha comunicado a los profesores y el director, que el niño tenga una figura de confianza dentro del centro que él sepa que, en caso de que le maltraten, pueda acudir a él… Es decir, el centro tiene que comunicar a los padres las medidas que ha tomado para proteger al menor. Y es muy importante, y no se cumple casi nunca, que el centro explique qué medidas sancionadoras y reeducativas se han hecho hacia el niño o niños que han agredido a su hijo, porque, si no se sanciona de forma educativa, estos siguen acosando, porque no han encontrado ningún freno ni límite a hacerlo. La sanción punitiva, esto es, la expulsión del centro, no suele ser muy eficiente y puede agravar la situación en algunos casos.

¿Y cómo deberían comportarse las familias que creen que tienen un hijo o una hija que podría estar acosando a otro?

Aquí nos encontramos con un gran problema, porque es un problema social, de educación. A un padre no les cuesta ningún trabajo asumir que su hijo es víctima, pero sí le cuesta asumir que es acosador. Nos encontramos, al menos en 8 de cada 10 casos en los que intervenimos, que los padres no reconocen que eso ocurre, incluso echan la culpa a otro niño. Sobreprotegen a su hijo e incluso se enfrentan con las personas que están intentando que eso pare. Te pongo un ejemplo. En La Rioja, nuestro plan nacional se ha aplicado en 18 colegios. Han salido víctimas alrededor del 10%, unos 200 niños. No es creíble que al curso de resolución pacífica de conflictos, dirigido a los acosadores, hayan acudido sólo ocho niños. Esto da una idea de la dificultad con que se encuentran a veces los colegios, porque los padres no asumen que su hijo pueda ser muy bueno y muy santo, pero que esté maltratando a otros niños.

Algunos niños acosadores no tienen conciencia del daño. Lo hacen porque consiguen un beneficio, pero no son conscientes de lo que están haciendo. Son niños que necesitan ayuda. Cuando hablamos de chavales de últimos cursos de Primaria o de la ESO, esos ya saben perfectamente lo que están haciendo.

Por tanto, la primera recomendación para estos padres es abrirse a la posibilidad de que su hijo o hija no sea tan bueno como parece, ¿no?

También hay una serie de indicios. Uno sería un niño que no tiene límites, que hace lo que le da la gana, que no respeta las normas ni en casa ni en el colegio, niños que no se responsabilizan de lo que hacen y siempre culpan a otra persona. O cuando llevan a casa cosas que no son suyas como juguetes, dinero, comida… Eso sale de algún sitio. Es más fácil detectar que un niño es víctima que un niño es acosador. Muchas veces con lo que nos encontramos es que el problema está en casa. El niño reproduce lo que ha visto en su entorno más cercano después en el colegio, pero no siempre el problema está en casa: hay niños que han comenzado a actuar así en el colegio y no les han puesto freno. Maltratan a otros por un aprendizaje negativo que les sirve de refuerzo para volver a hacerlo.

Y una vez que lo han detectado, ¿qué pueden hacer esos padres?

Lo primero es hablar con sus hijos. Estos niños no van a reconocer lo que hacen. La víctima sí suele hacerlo, porque necesita ayuda, pero los agresores no. Los padres también pueden dirigirse al tutor: «Mi hijo tiene una actitud de faltas de respeto, de no respetar las normas, no es responsable, y quiero saber si en el centro hace lo mismo». En realidad, cuando se detecta a los acosadores es porque una víctima o un padre lo dicen. Esa suele ser la manera más recurrente de detectar a los responsables.

Es ciertamente lamentable que no exista un plan nacional con soporte público. Nosotros estamos implementando nuestro plan nacional, por iniciativa personal de un concejal, una directora de centro… Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid la experiencia es lamentable. La madre del niño que le ha preguntado cuánto le faltaba para estar con Dios fue a hablar con el director del centro, concertado, y lo único que le dijo, a una madre que estaba llorando, es que no le permitía que dijese que los niños en su colegio eran agresivos. «¿Y usted cómo define a niños que dan puñetazos, te rompen un diente y te muelen a patadas?», contestó la madre. Cuando intenté hablar para mediar, me dice el director: «A ti no te permito que hables». Eso aún sigue ocurriendo: profesores que, después de dos años de acoso, no han puesto ni en marcha un protocolo porque lo están negando y, cuando te reúnes con el Director General de Educación Infantil y Primaria de la Comunidad de Madrid, me dice que tienen un plan que funciona perfectamente y que no hay presupuesto para más.

¿Cuál es entonces el papel del centro educativo?

No es justo decir que esto ocurre en todos los centros. En los dos o tres últimos años hay más conciencia del problema y hay colegios y directores que se lo toman muy en serio y hacen los deberes. Por desgracia, siguen siendo un porcentaje bastante pequeño.

El centro tiene que entender que es responsable de lo que les ocurra a los alumnos mientras están dentro de la escuela, incluso en su perímetro e incluso si el acoso se produce fuera del perímetro por alumnos del centro. El director tiene la obligación de tener un protocolo de actuación. Como las competencias están transferidas a las Comunidades Autónomas, cada comunidad tiene su propio protocolo. Algunos son mejores que otros, pero en general son demasiado administrativos y burocráticos, que no especifican ni el tiempo ni la forma de una manera precisa. Y si el que tiene que investigar no tiene un tiempo para hacerlo, eso no sirve para nada. En este sentido, recomendamos seguir nuestro protocolo, que está en nuestra página web. Algunos protocolos están mejorando. Hace unos meses estuve dando una formación para profesores en Trujillo, y el protocolo que ha sacado hace poco la comunidad de Extremadura está mejor que otros. Sigue pecando del tiempo de aplicación y quién tiene que responsabilizarse de hacer las cosas, pero es más preciso y contundente.

Volviendo a los centros educativos y directores…

Normalmente quien detecta un caso de acoso no es el director, sino un profesor o un alumno que lo comunica a quien sea. Cuando eso ocurre, se ha de abrir una investigación. En una semana, hay tiempo de sobra para hablar con la presunta víctima, hablarlo con todos los compañeros de forma anónima y confidencial. No se pueden hacer burradas, como ha hecho algún profesor en clase: «A ver, Fulanito, tú decías que te acosa Paquito». Eso es un crimen, porque ese niño queda como un chivato y es muy probable que pueda sufrir represalias.

Se ha de confirmar que es acoso. Cuando el maltrato se produce tres o más veces, ya no es algo puntual, sino que hay una reiteración sistemática. Se discute cuándo se ha de considerar como tal, pero no se puede esperar seis meses para diagnosticarlo. Eso es una burrada, ya que el acoso depende de la frecuencia y de la intensidad.

Una vez que se reconoce que hay acoso -y ojo, porque se minimiza en 8 de cada 10 casos-, es importante que los padres estén en comunicación constante, para saber si eso es algo puntual o no. Si se produce reiteración, el padre ha de ir de nuevo al centro: «Me han dicho que han puesto medidas, pero el maltrato sigue ocurriendo. O sea, que algo no se está haciendo bien».

Si se niega la mayor, el padre debe hablar con el director. En el caso del centro concertado que he comentado, el director no se ha dignado a hablar con la madre hasta después de dos años. Si eso ocurre, un padre puede ir a Inspección Educativa. Ahí ha de llevar, por escrito, todo lo que ha ocurrido. Siempre les aconsejamos a los padres que escriban una cronología de los hechos, qué pasa, desde cuándo, quiénes, en qué lugar, si los profesores han hecho algo o no… Todo escrito de forma cronológica, porque los padres tienen que demostrarlo, porque la carga de la prueba recae en las familias, que eso es también algo increíble… Las familias tienen que demostrar que el maltrato es reiterado.

Es importante que todo se intente documentar. Si  hay parte de lesiones, es más fácil. O si hay un informe pericial de un psicólogo que ha tratado a la víctima, es más fácil demostrar que ha habido un daño. Muchas veces no hay nada de esto, y la única prueba que puede alegar un padre es que demuestre que ha habido reiteración en diversas situaciones de maltrato.

¿Y cuál es la tarea de Inspección Educativa, una vez que llega a sus oídos un caso de acoso?

El inspector de la zona va al colegio para ver qué ocurre con ese niño, qué ha pasado, si se ha abierto protocolo, si hay que abrirlo… ¿Qué es lo que pasa? Pues que a veces los inspectores se ponen de parte del colegio, con lo cual tenemos un problema doble. Porque les interesa que no salga a la luz… A ver, hay inspectores que se implican más, que van en serio…, pero normalmente, siete de cada diez casos, la Inspección Educativa no hace lo correcto ni tiempo ni en forma.

¿A quién se puede recurrir entonces cuando se ha informado del hecho y nada cambia?

Al final, si un padre tiene unas pruebas documentales contundentes, además de la cronología de los hechos, más en serio se lo tomarán los inspectores. En el caso de que no hagan caso, la única opción que les queda a las familias es cambiar al niño de colegio. Es una opción, pero no es una solución correcta, porque la falta queda impune, los que acosan seguirán acosando a otros y el niño llegará al nuevo colegio con la autoestima por los suelos… No es una solución, pero se hace muchas veces porque no hay otra opción, aparte de la denuncia por vía civil o penal, cuando los menores implicados tienen 14 o más años.

Al llegar a este punto, unos padres se plantean qué hacer. Muchos padres dicen «no quiero problemas», pero es posible emitir una denuncia al colegio por dejación de funciones, aunque también depende del juez que toque. Hace unos días estuve en una mesa redonda con el juez de menores Emilio Calatayud, que sigue la filosofía de «el que la hace, la paga». Este señor ha puesto muchas sentencias condenatorias a varios centros por no haber activado el protocolo correspondiente e incluso ha exigido responsabilidad civil subsidiaria a padres de niños acosadores. Pero no todos los jueces son así. De hecho, 8 de cada 10 acosadores se van de rositas y, por tanto, se trata de un problema que no se soluciona.

Supongamos que todos nos concienciamos y queremos afrontar este problema. ¿Qué protocolos, herramientas, recursos, etc. pueden ayudarnos en nuestra tarea?

Nuestros recomendamos aplicar un plan nacional integral que ha de ser externo, porque el colegio muchas veces es juez y parte. Además, el profesorado muchas veces no está preparado. También se ha de aplicar un plan de convivencia y medir su incidencia. Hoy día se está engañando a la opinión pública cuando se dice que se está evaluando el acoso con un sociograma, que puede servir como herramienta preventiva al conocer la filiación dentro del aula: quién es el líder, quién tiene muchos amigos o quién está excluido del grupo. Nosotros aplicamos dentro de nuestro Plan Nacional como herramienta de medición el test EBAE, que mide la intensidad y la frecuencia del acoso, además del daño psicológico, si lo hubiese. Nuestro Plan Nacional se basa en 15 años de experiencia directa con más de 3.000 víctimas y su entorno: familias, profesores y centros escolares, y no elaborado desde la mesa del despacho de un político, ni es un copia y pega de otros planes utilizados en otros países.

Ahora que menciona la política, ¿qué le parece el Plan de Convivencia Escolar que presentó el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a finales de marzo?

El plan dice que todos los centros deben tener un plan de convivencia y un protocolo de actuación. Creo que estamos ante más de lo mismo. Le enviamos al centro unas directrices y ya está. Eso no es prevención. Y las campañas que se hacen, duran lo que dura la imagen en la televisión. Eso está muy bien, pero la prevención se ha de hacer con los niños en el colegio.

¿Quiere recomendar otro protocolo, herramienta o recurso?

Los protocolos son poco útiles, porque son demasiado técnicos. Cuando un padre se encuentra con un caso de bullying, no puede leerse cincuenta páginas con información poco práctica y difícil de entender. Nuestro protocolo permite actuar rápidamente, en una semana, protege a la víctima y sanciona a los agresores.

¿Y alguna aplicación móvil?

La utilidad de las aplicaciones es relativa, porque son en su gran mayoría reactivas. En los últimos años han salido muchas al mercado. Hay una, Doctor Security, que es más un botón de pánico, esto es, avisa a quienes se ha predeterminado, de que se está sufriendo acoso e incluso puede grabar lo que está sucediendo.

¿Qué papel están jugando las tecnologías a la hora de hacer frente a un caso de bullying?

Las tecnologías se pueden usar bien o usar mal. Cuando se usan mal, resultan muy dañinas, porque incrementan de manera exponencial dos factores que inciden en el daño psicológico: la frecuencia y la intensidad.

¿Qué podemos hacer, como ciudadanos, para contribuir a erradicar el bullying?

Lo primero es visibilizarlo, no normalizar la violencia, no permitir bromas de mal gusto ni tópicos que pueden normalizar ciertas actitudes de discriminación.  En casa también se puede hacer mucho. La violencia no es la solución, pero la pasividad tampoco. Nuestra mascota es un erizo, no un tigre ni un conejo blanco, porque es un animal que no agrede pero que tampoco permite que nadie le haga daño. No se trata ni de ser agresivo ni pasivo sino asertivo.

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