Hoy nos encontramos con una emoción potente: la rabia. Esa que muchas veces se queda atrapada dentro de quienes han vivido situaciones de maltrato. No siempre se muestra hacia quienes hicieron daño. A veces se guarda, se aprieta los dientes, se aguanta. Y luego… aparece con fuerza frente a quienes más nos cuidan. Porque ahí, en ese espacio seguro, sentimos que al fin podemos soltar.
Comenzamos el día con nuestras pequeñas rutinas: despertarnos, desayunar, mover el cuerpo un poco para despejarnos… Pero sabíamos que lo importante estaba por llegar. Volvimos a mirar en nuestro interior, a revisar algunas de esas cosas que llevamos por dentro y que el acoso escolar dejó tocadas: cómo nos vemos, cómo nos sentimos con lo que somos. Porque cuando alguien nos hace daño, a veces esas heridas quedan dormidas… hasta que algo las despierta.
Y cuando la rabia se abre paso, detrás de ella suele estar la tristeza. Una tristeza honda, callada. Y también, sin querer, la culpa.
¿Por qué me pasó esto?
¿Qué hice yo para merecerlo?
¿Será que ser como soy está mal…?
Esas preguntas no solo se piensan, se sienten. Se hacen nudo en la garganta, se encogen en el pecho, tiemblan en las manos. Por eso, hoy hicimos un trabajo desde el cuerpo. Un ejercicio de bioenergética que nos permitió dar forma, voz y movimiento a esa rabia. En el tatami, cada persona pudo expresar lo que no pudo decir cuando más lo necesitaba. Fue un momento de liberación profunda, de autenticidad, de poner verdad en cada gesto, en cada palabra no dicha. Y todo, acompañado con muchísimo cuidado, respeto y amor.
Después de tanta intensidad, tocaba un respiro. Nos regalamos un rato de descanso, de piscina, de siesta, de charla tranquila. De ser, sin más.
Por la tarde, nos encontramos con un espacio muy especial: un taller de yoga para menores que han vivido acoso escolar, guiado por Pilar, una médica con una sensibilidad enorme. Volvimos al cuerpo, esta vez desde la calma, buscando nuestro centro, nuestro equilibrio. Nos conectamos con nuestros deseos, con la paz interior, y enviamos un poco de esa paz al mundo entero. Fue un momento de recogimiento, de mirarnos por dentro con ternura.
Al cerrar el día, nos reunimos en asamblea. Compartimos lo vivido, cómo habíamos resuelto los conflictos del día, si habíamos logrado cuidar las normas que construimos juntos. Y sí, lo hicimos. Juntos. Una vez más.
Cenamos, y la noche trajo algo muy especial: nuestra velada de erizos. Algunos necesitaban hablar. Otros, simplemente estar cerca. Hubo quien quiso contar cosas al equipo, y quien prefirió seguir tejiendo relaciones entre iguales, a su ritmo.
Fue una noche suave, de esas que curan. Y con todo esto en el corazón, nos fuimos a dormir.
Verónica Millán
Área de Psicoasertividad de AEPAE








