El miedo tiene mala prensa, pero en realidad es un mecanismo ancestral que vela por nuestra supervivencia. Es la alarma que se activa cuando algo nos amenaza. El problema aparece cuando ese miedo, en lugar de protegernos, nos paraliza, nos aísla o nos condiciona más allá de lo necesario. Educar el miedo no consiste en eliminarlo, sino en aprender a convivir con él, sin que tome el mando de nuestra vida.
Así comenzaba el día en el campamento AEPAE, con el miedo como protagonista. No el miedo como enemigo, sino como compañero incómodo, a veces desbordante, pero necesario. Ese que nos recuerda dónde están nuestros límites… y también nos da la oportunidad de desafiarlos.
Desde el área de Teatro Corporal: Pacheco, Goyo y un servidor, propusimos un viaje simbólico a través del teatro de máscaras. Un ejercicio para encarnar nuestros temores, invocar a esos fantasmas que nos visitan de noche o que nos susurran dudas durante el día. ¿Qué sucede cuando nos ponemos frente a ellos? ¿Qué pasa si, en vez de huir, los observamos y hasta los abrazamos? Abrazar nuestros miedos no significa rendirse ante ellos, sino aprender a mirarlos con compasión y caminar a su lado.
Además del teatro de máscaras, también trabajamos una dinámica centrada en la conciencia del espacio personal. Reflexionamos sobre cómo ocupo mi espacio: si lo hago desde una actitud pasiva, agresiva o asertiva; a quién dejo entrar en él y a quién no; cómo protegerlo y cómo establecer un límite claro y visible de manera física. Esta actividad conecta de forma directa con lo que se trabaja en autodefensa, pues en la metodología de AEPAE las diferentes áreas se retroalimentan mutuamente, reforzando los aprendizajes desde distintos lenguajes y perspectivas.
Tras la comida, un merecido rato de piscina y juego libre permitió recargar fuerzas y reforzar la cohesión grupal. Compartir risas, chapuzones y tiempo libre es también una forma de sanar.
Por la tarde, el equipo de autodefensa, con Samuel Romero Cuadra desde la delegación de Málaga, guio una sesión práctica y rigurosa para seguir profundizando en herramientas de autoprotección. Recreamos situaciones en las que nuestra integridad física puede verse comprometida, para aprender a reaccionar con seguridad y firmeza, reforzando la percepción de control sobre el propio cuerpo.
Antes de la velada, nos reunimos en la asamblea diaria. Se compartieron reflexiones, valoraciones del día y se abordaron algunas dificultades de convivencia. Aunque comienzan a verse ligeras mejoras, aún queda trabajo por hacer. Resolver los conflictos de forma respetuosa, pedir disculpas de forma sincera o gestionar los enfados sin dañar al otro, son aprendizajes que necesitan tiempo, práctica y acompañamiento. Seguimos en camino.
La jornada concluyó con una velada especial, en clave lúdica, pero sin dejar del todo atrás el tema central del día. La esperada noche del Cluedo —todo un clásico en el campamento— nos invitó a vivir el miedo desde otro lugar: el del juego, el misterio y la complicidad. Entre pistas, personajes, linternas y disfraces improvisados la emoción fue compartida; y el miedo transformado en risa y adrenalina.
Apagamos las luces con la sensación de una mejoría:
el miedo sigue estando ahí, pero ya no tiene tanto poder.
Si algo me emociona profundamente como educador —y lo hace, cada año, sin excepción— es ver cómo hay chicos y chicas que, a pesar del miedo, a pesar del daño recibido, a pesar de años atrapados en un rol de victimización, deciden levantarse y luchar. Porque sí: el miedo es real. Pero también lo es esa voluntad de cambiar, de crecer, de no dejarse arrastrar, de no rendirse. Esa fuerza interior que les empuja a salir del pozo… y que a mí me inspira, una y otra vez, a seguir creyendo en este proyecto.
Jorge Quesada
Área de Teatro Corporal de AEPAE









