Cuando se acercaba la fecha del campamento M. B. P., de 13 años entró en pánico. Tendría que salir de su zona de confort. Encajar en un grupo de adolescentes desconocidos que anticipaba, volverían a maltratarle. Negación, bloqueo y dolores de tripa. Su madre me llamo para contármelo y ver que podíamos hacer para convencerle.
Cuando se puso al teléfono se mostraba tímido, inhibido y de pocas palabras. Primero le pregunté que por qué no quería venir al campamento. Le costaba expresarse. Era más una sensación que un pensamiento racional. Una respuesta defensiva ante muchos meses de maltrato físico, burlas y humillaciones. Le expliqué que le necesitábamos, que le habíamos otorgado una beca y que otras muchas personas se habían quedado fuera del proceso de selección porque los recursos eran limitados. Que era una oportunidad que no podía dejar pasar. Le tranquilicé explicándole qué íbamos a hacer en el campamento. Que tenía mucho que ganar y nada que perder. Empaticé con sus emociones de indefensión y de no confiar en sus iguales. Le transmití que todos los chicos y chicas que asistirían estaban en su misma situación. Que sería un espacio seguro. Un espacio de conocerse a sí mismo. De aprender herramientas asertivas y enfrentarse con sus miedos. Una semana que no iba a olvidar jamás y que sería una nueva etapa en su vida. Le noté intrigado y entusiasmado, atisbando un aliento de esperanza en sus palabras. Me dijo finalmente con una firmeza sorprendente, que sí quería ir.
Y llegó el primer día de campamento. Las familias fueron llegando y sus hijos e hijas fueron acomodándose en la terraza. Mientras Verónica -la psicóloga del equipo- y yo -como presidente de AEPAE-, atendíamos a las familias para informarles de la logística y responder a sus dudas e inquietudes, Pacheco, Jorge, Ana y Antonio iniciaron varios ejercicios de presentación y elaboraron de forma conjunta una lista de normas y compromisos. Empezaron las primeras risas y complicidades y también la observación de algunas actitudes todavía inseguras e inhibidas.
Una vez finalizadas las presentaciones, procedimos a acomodarles en sus habitaciones y a prepararnos para la comida. Después un poco de relax antes de iniciar la primera actividad.
Y comenzó el taller de clown, dirigido por Goyo con el apoyo de Pacheco y Jorge, profesores de teatro corporal. Ejercicios de expresión corporal y de identificar las emociones, cuyo objetivo es la desinhibición y la conexión del cuerpo con la emotividad contenida. Un primer paso para abrir su coraza. Un primer paso para sanar sus heridas.
Llegó la hora de la merienda y de la ducha antes de la asamblea y la cena, y con ello los primeros vínculos y complicidades. El grupo empezaba a cohesionarse. A confiar en las demás personas de nuevo. Un punto de inflexión para acometer una semana intensa en la que necesitarían del apoyo del grupo. Hombros en los que apoyarse y manos entrelazadas con las que caminar en un entorno seguro.
En la asamblea, dirigida por Ana -terapeuta artística y educadora-, cada persona verbalizó qué quería obtener en el campamento. Cuáles eran sus expectativas y sus objetivos. La mayoría comentaron que querían aprender a defenderse, a hacer más amigos y a tener más confianza. A continuación, se elaboró el mural para hacer un seguimiento de los progresos diarios, valorando la actitud del equipo, la participación en las actividades, el respeto a los compromisos, la colaboración y cooperación, la responsabilidad y la resolución de conflictos.
Y llegó la velada nocturna. Una actividad en la que, de manera natural, colaborasen y se sintiesen útiles. Que fuesen parte importante e insustituible de una multitud que ya no era amenazante, sino cálida y amable.
Me tocaba coordinar el scape room, preparado por el equipo creativo de Cuétara, a quien tenemos que agradecer su apoyo económico para poder celebrar este III Campamento de verano para víctimas severas de acoso escolar. Eso sí que es responsabilidad social corporativa. Especial agradecimiento a Ainhoa, nuestro enlace con la empresa, siempre solícita y comprometida con el proyecto.
Antonio -profesor de autodefensa- y yo, hicimos los preparativos y preparamos los retos. Les dividimos en cuatro equipos, que tendrían que encontrar 20 pruebas para llegar a conseguir el premio final. Adivinanzas, pruebas matemáticas, de atención visual, de comprensión lectora…Fue interesante ver como colaboraban en conseguir un objetivo común. Lo consiguieron y se fueron a la cama con la sensación de sentirse capaces de cualquier cosa. De afrontar cualquier conflicto. Un primer día esperanzador, que abría una semana llena de posibilidades de crecimiento y de superación.
Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE