El 2 de mayo se celebra el «día mundial contra el acoso escolar»: noticias, entrevistas, el foco mediático oportunista y la hipocresía. Algunos medios pasarán de puntillas. Otros buscarán el dato relevante, y algunos la emotividad de algún testimonio en primera persona. Al día siguiente, el acoso escolar se quedará adormecido para la mayoría de la sociedad, pero muy despierto y con pesadillas diurnas para las miles de víctimas que lo sufren y sus familias​.

Hay también algunas personas valientes, que se la juegan yendo a contracorriente. Familias destruidas por suicidios olvidados. Madres desesperadas que no encuentran apoyo en el ámbito educativo y sanitario. Familias estigmatizadas y perseguidas por un sistema podrido, que prefiere negar la evidencia antes que reconocer su incompetencia. Menores en salud mental, medicados y en terapia psicológica, si se lo pueden permitir económicamente.

Hace 20 años ya del primer suicidio por acoso escolar visibilizado en los medios de comunicación: el caso Jokin. Un joven adolescente que se suicidó 4 días antes de cumplir los 15 años. Jokin lloraba la mayoría de las noches en un rincón de su habitación. Cosas de niños que dirían algunos. Palizas y humillaciones, y un centro escolar cobarde que no ponía soluciones. Se tiró con su bicicleta desde lo alto de la muralla de Fuenterrabía. Hoy día, esto sigue ocurriendo.

El caso Jokin fue el inicio de la visibilización del acoso escolar y de la gravedad de un problema social y educativo, que afecta a uno de cada cinco estudiantes. Se hicieron los primeros protocolos, que -con el paso de los años- se han convertido en un instrumento de protección de los centros educativos y por ende del propio sistema, más que de las víctimas y sus familias, que se encuentran indefensas.

Hace también 20 años desde que AEPAE comenzó su labor de prevención e intervención ante el acoso escolar. Años de picar piedra. De denuncia y visibilización. De hacer pedagogía basada en la experiencia directa con las víctimas y sus familias. De desarrollo de una metodología que detecta, previene e interviene ante el acoso escolar; y que debería implementarse en todos los colegios y centros educativos. Después de atender a casi 5.000 víctimas severas e impartir formación a 35.000 estudiantes en 134 centros educativos, con nuestro plan nacional -y sin apoyo público- tenemos el conocimiento y la legitimidad para denunciarlo.

Después de 20 años seguimos instaurados en el fraude y la mentira. ¿A cuántos políticos se les llena la boca de vocablos como inclusión, diversidad, justicia social y protección de la infancia, cuando precisamente son los menores más vulnerables los que más sufren acoso escolar? ¿Cómo tienen la poca vergüenza y humanidad de decir -con datos oficiales- que el acoso escolar es un problema residual que afecta a pocas decenas de estudiantes, cuando todos los estudios ajenos a lo público señalan una incidencia que oscila entre el 9% y el 33%?

Y vamos a peor cada año: somos ya el primer país de Europa y el tercero del mundo en incidencia de acoso escolar, solo después de México y Estados Unidos, como apunta el estudio de la ONG Bullying sin Fronteras, de 2023.

El acoso escolar no es un problema educativo, es un problema de derechos humanos, que lleva años explotándonos en la cara y los responsables educativos aún no se han dado cuenta de ello. O peor aún, lo saben y no hacen nada por remediarlo.

¿Qué cambios urgentes necesita el sistema educativo en materia de acoso escolar?

  • Una ley específica sobre el acoso escolar, que aporte recursos en la prevención, intervención y responsabilidades concretas a los adultos que por acción u omisión lo permitan.
  • La implantación de un Plan Nacional en materia de Acoso Escolar.
  • Que los protocolos no sean confidenciales para las familias implicadas.
  • Que se permitan sanciones educativas a los victimarios, sin que sea necesario el permiso materno o paterno.
  • Recursos operativos y suficientes en atención primaria para las víctimas y sus familias.

Dos frases para que las escuchen los responsables educativos. La primera de Juan Pablo de 7 años: “Mami, ¿cuánto falta para estar con Dios?”, para los que dicen que el acoso escolar no existe en edades tan tempranas. La segunda de María, de 13 años: “Ya no es tanto que me peguen, me insulten o me escupan, lo que más me duele es ver que a nadie le importa”, para los que piensen que no es para tanto, María ha estado en tratamiento psiquiátrico con varios intentos de suicidio.

El acoso escolar mata. O te implicas para detenerlo o eres cómplice.

Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE

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