¿Has tenido un nudo en la garganta en algún momento de este último año? ¿Tal vez incluso en este último mes? Es muy probable que sí, y que la experiencia de sentir la garganta constreñida -con la consiguiente sensación de falta de aire- te resulte familiar. Pero si tomas un poco de consciencia, te darás cuenta de que en realidad no es en la garganta donde está el nudo. En realidad, la que está retorcida sobre sí misma dentro de la boca es la lengua.

AEPAE- El acoso escolar en la edad adulta

Te invito a que te fijes bien la próxima vez que te pase: la lengua es un músculo que cuando acumula tensión se eleva haciendo cierta presión sobre el paladar superior. Tal vez como me pasa a mí, también te des cuenta, de que la punta se dobla hacia atrás empujando contra los dientes de arriba. Y entonces sabrás que no hay ningún nudo en tu garganta porque, aunque la base de tu lengua suba acercándose hacia la orofaringe, el aire sigue fluyendo con normalidad, entrando en las fosas nasales por la rinofaringe, pasando por la laringe y la tráquea hasta los pulmones.

De todo esto me di cuenta hace unos meses cuando, después de quedar con unos amigos, volvía a mi casa caminando por la calle. Decidí quitar el foco de atención en mi mente, en esa voz interior que desde hacía ya un buen rato me venía diciendo lo mal que yo les caía a las personas con las que acababa de estar. Que había hablado de más, que les había aburrido, que les parecía tonta y que estaban conmigo por pena. Decidí entonces dejar de escuchar esa voz que me acompaña desde hace tantos años y empezar a escuchar a mi cuerpo. Sentí los hombros encogidos de la tensión, un pinchazo en el estómago y esa falta de aire. Pero entonces lo vi claro: por mucho que en mi mente surja el miedo a que la garganta termine de cerrarse del todo, mi cuerpo seguirá respirando por sí mismo.

Sin embargo, ¿por qué se acumula toda esa tensión justamente en la lengua? Esta pregunta se la hicieron antes que yo otras muchas personas y ahí va la clave: cuando necesitamos decir algo, pero decidimos frenarnos y no hacerlo, ese impulso, esas potenciales palabras se quedan en la lengua. Y la fuerza vital que íbamos a emplear en expresarnos se acumula en ella en forma de tensión muscular.

¡Cuántas veces hemos necesitado hablar, expresar y compartir nuestras necesidades y pedir ayuda… y no lo hemos hecho! En mi caso, cuando tenía nueve años empecé a sufrir acoso escolar. Aún hoy recuerdo esos insultos, esos empujones, cuando me tiraban cosas a la cara, cuando me cogían del cuello, todas esas veces que me aislaron… Pienso en esas tardes tirada en el sofá con un doloroso pinchazo en el pecho y en todas esas veces que vomité en los baños del colegio. Y aún hoy al recordarlo surgen en mí las lágrimas, la impotencia y la sensación de vulnerabilidad. Mis padres fueron varias veces a hablar con los maestros, el jefe de estudios y el director del centro, pero nunca nadie hizo nada por frenar la situación. En lugar de eso me tuve que ir yo del colegio después de cinco años de sufrimiento constante. Con trece años me mudé y pensé que ya estaría todo acabado. Pero la realidad es que he pasado toda mi adolescencia con el sentimiento de culpabilidad.

AEPAE - Edad adulta - Recuperar la infancia perdida

A día de hoy tengo 21 años y voy a pasar a 4° de Medicina. Es por eso que voy conociendo el cuerpo y el cerebro, y voy tomando consciencia de qué es lo que me ha ocurrido en estos últimos ocho años de mi vida: mi organismo se acostumbró a la violencia diaria, se dio cuenta de que los mayores no estaban ahí conmigo en el aula para protegerme e intentó hacerlo él mismo como mejor pudo. Me creó una coraza y, para que nunca nadie pudiera hacerme más daño, me escondió y me aisló del mundo. Por eso aun cuando estoy con gente hay una voz en mi interior que me dice que me vaya de allí, que no soy suficiente, que me van a hacer daño. Y durante muchos años he creído lo que me decía.

Pero ahora que sé lo que ocurre, tengo claro que el único camino para curarme es abrazar esa voz interior que en realidad lo único que busca es seguir protegiéndome. En el fondo esa niña que se siente vulnerable porque se acostumbró a que la maltratasen sigue en mí. Una niña dolida y avergonzada de sí misma que todavía se pregunta que si todo el mundo sabía lo que estaba pasando, ¿por qué nadie hizo nada para pararlo? Una niña que siente que se merece todo lo que ocurrió. Y que podría haberse rebelado, haberse negado a ir más al colegio, podría haber roto cosas y haber pegado e insultado de vuelta y no lo hizo. En su lugar solo supo esconderse y huir y desear que todo acabase.

Todos llevamos dentro nuestras heridas. Yo estoy aprendiendo a abrazarlas y a escuchar a mi niña interior incluso aunque se exprese de formas que no inviten a ello: tensión muscular, un nudo en la garganta, un pinchazo en el estómago… También tú puedes permitirle hablar y ofrecerle lo que entonces necesitaba y nadie le dio. Trátale con cariño y respeto porque sin darte cuenta lo que en realidad estarás haciendo será aprender a sanar, descubrirte y sacar todo un potencial que ni sabías que llevabas dentro.

La infancia es sagrada. Y yo creo que el mayor daño que puede hacerse a un ser humano es cuando aún es niño y está conociéndose a sí mismo y al mundo y aprendiendo a amar. Pero nunca es tarde para aprender a hacerlo. Porque, como dice el doctor cirujano y experto en neurociencia Mario Alonso Puig, las heridas no las podemos tratar dándoles unos puntos de sutura que luego dejarán una cicatriz. Tenemos que verlas más bien como vasijas de barro que cuando se rompen, como si fuéramos artesanos de Kintsugi, las volvemos a unir rellenando las grietas con oro. Y entonces las transformamos en algo completamente distinto, más bello y valioso.

Para terminar quiero hacer un llamamiento a todos aquellos padres, profesores, tutores, adultos e incluso niños y adolescentes que presencien casos de acoso escolar. Su intervención es esencial para que el sufrimiento acabe. No permitamos que más niños lleguen a adultos con profundas heridas que les afecte en sus relaciones afectivas y en su relación consigo mismos por algo que podría haberse evitado. Las consecuencias pueden ser terribles no solo durante esos años de infancia, sino también en la vida adulta de esa persona.

Gracias A.E.P.A.E. por vuestra admirable labor en todo este respecto y gracias también de corazón por permitirme darle voz a mi niña interior para que cuente su historia. Aún me queda mucho por descubrir y sanar, pero hay algo dentro de mí que ya se está moviendo. Aunque todavía me quedan tres años para acabar la carrera de Medicina, creo que mi vocación es la Psiquiatría Infantil. Siento que puedo hacer mucho por esos niños que no entienden bien qué les está pasando y que necesitan ser escuchados. Pero ante todo tengo la certeza de que algún día esta voz dentro de mí bajará su volumen y me habré convertido en una persona más fuerte, más sabia y con todo por dar a los demás.

Marta Outón Arteaga
Víctima de acoso escolar y futura psiquiatra

Por otra parte, AEPAE necesita tu ayuda:

AEPAE es una asociación sin ánimo de lucro que no recibe ningún tipo de subvención pública para mantener su autonomía y el sentido común.

Únicamente recibimos donaciones de empresas y particulares, que nos permiten desarrollar todo nuestro trabajo de forma optimizada: plan nacional en colegios, cursos, talleres, jornadas, campamentos, campañas, conferencias, etc...

Esperamos tu ayuda, por pequeña que sea, porque todo cuenta ¡Gracias!