Llegamos al cuarto día del campamento y posiblemente el momento más álgido para todos y todas, porque en este día, trabajamos la rabia acumulada en los cuerpos tras meses o años de maltrato sufrido en el colegio o el instituto.
La rabia es una emoción que a menudo solemos ignorar y no aprendemos a gestionarla. Es tan potente que es capaz de generar un tapón que impida sacar nuestra verdadera forma de ser, incluso puede bloquear nuestra propia voz y hacernos sentir inseguridad, que puedo llegar a pagar conmigo mismo si no aprendo a sacarla o permito que se vaya, como les sucedió a muchos de los chicos y chicas del campamento. Pero, si aprendemos a reconocerla y tratarla, la rabia puede ser nuestro mejor escudo para defendernos, porque seré capaz de expresar en voz alta lo que tenga que decir para defenderme y entonces dejaré de guardarme los insultos, los motes, las collejas, las humillaciones, que me excluyan o los golpes que fabricaron ese tapón.
Nos levantamos sintiendo el cansancio de la semana que ya era notorio, pero con la mente conectada para lo que venía. Un buen desayuno para coger fuerzas, unos minutos para ir al aseo y empezamos lo que iba ser el principio de dejar salir las emociones.
Ese día nos saltamos el crossfit debido a la dureza tanto mental como física que les esperaba, por lo que fue Pacheco quien abrió la mañana con un par de dinámicas de voz y cuerpo, para después dar pie al principio de la sesión.
Tras estos, empezamos con un trabajo de bioenergética, en el que como una tribu africana iban siguiendo de manera coordinada unos pasos, que les marcaba Pacheco, al ritmo de la música para comenzar a cansar los cuerpos y permitir que saliese con mayor facilidad todo aquello que tenían guardado, además de hacerles entrar en contexto.
Una vez finalizada esta sesión empieza una de las partes más duras, por experiencia, de nuestro campamento: el ejercicio de “Los palos”.
Uno a uno fueron saliendo para enfrentar a quien aparecía en su mente y expulsar todo cuanto habían acumulado, eso sí, siempre de la mano, pues todos los monitores presentes cuidábamos a cada uno y cada una en todo momento, empujando para que no desistiesen, animando para que no cayesen, confrontando para que no huyesen y finalmente, cuando toda la rabia había salido, les sujetábamos para que se sintiesen apoyados y que no estaban solos ni solas. Y es que, las emociones siempre deben de ir acompañadas de una mano guía, que es la de un adulto, alguien muy cercano a ser posible, porque nadie aprende a gestionar o equilibrar una respuesta emocional si no es acompañado en su camino.
Fue duro, y muchas cosas salieron ese día, gritos, lágrimas, palabras, dolor, hubo mareos, quien trató de escapar, pero finalmente lo enfrentó, había quien tuvo arcadas (otra manera de escupir el tapón) … Todo eso, era rabia. Y se había ido.
Después de esta mañana que se extendió casi hasta las cuatro de la tarde, nos fuimos a comer y marchamos a la piscina para disfrutar, relajarnos y divertirnos un poco. Había que liberar toda la tensión de la actividad y dejar reposar la mente y el cuerpo pues tenían mucho que asimilar tras lo vivido, por lo que tampoco hubo taller en la tarde. Les dejamos tiempo libre para que estuviesen entre ellos y ellas y siguiesen estrechando sus lazos.
Antes de la cena, hicimos una asamblea en la que resolvimos sus dudas sobre la mañana, y expresaban que se sentían más liberados y tranquilos, como si se hubiesen quitado un peso que llevaban arrastrando durante mucho tiempo: “Qué necesarios son los espacios para hablar, escuchar y sentirse escuchado”. Además, por primera vez en la semana, la evaluación la acabamos en tiempo y el resultado del día había salido entero en verde, lo cual significaba que las cosas marchaban muy bien y el grupo evolucionaba.
Finalmente, y para rematar el día, hicimos La velada de los erizos. Esa noche ellos y ellas eran los encargados de realizar las actividades nocturnas y decidieron hacer una serie de actuaciones (una de las cuales fue una apuesta perdida con el equipo de monitores imbatibles de futbolín: Verónica y Antonio). Cantaron y bailaron pues teníamos muchos artistas en el grupo, y fue cuando pudimos sentir que algo había cambiado. Las voces comenzaron a salir, los cuerpos se movían libres y hacían sus actuaciones con pasión porque ya no se juzgaban.
Cuando la rabia se va empiezan a suceder cosas maravillosas dentro de nosotros, y nos mostramos al mundo tal y como somos.
Antonio Holgado Amigo
Área de Autodefensa de AEPAE