El martes comenzaba como uno de esos días que no se olvidan. Desde que el sol asomó por detrás de las montañas, los chicos y chicas del campamento sabían que no iba a ser una jornada cualquiera.
El día arrancó temprano, con mochilas al hombro, ilusión y mucha curiosidad en la mirada. Nos adentramos en el monte para vivir una experiencia completa de supervivencia, de la mano de los «Perros Pastores».
En grupos, con la supervisión y guía del equipo de los «Perros Pastores», aprendieron a orientarse con el sol y brújulas encontrando el norte, algo que si lo extrapolamos a su situación hace referencia a la necesidad de encontrar el norte en su vida para salir adelante de su situación, teniendo un destino al que llegar. Les enseñaron a hacer fuego con sus propias manos de diferentes formas: lumínica, eléctrica, química, … entre otras; algo que supuso un reto y que nos empapó con un mensaje muy positivo para la enseñanza, como es la paciencia y la necesidad de intentar las cosas varias veces porque no siempre sale lo que queremos a la primera por mucho que sepamos que hacer y cómo hacerlo, hace falta práctica y constancia.
Aprendieron a encontrar agua en la naturaleza, filtrar ese agua y potabilizarla para poder beber de ella sin riesgo. Descubrieron los diferentes recursos útiles que se encuentran en los lugares más insospechados. Cada palo, piedra, lata o cordón tenía no solo una utilidad, sino múltiples usos a lo que denominaron PQ (para qué). Ya que de una simple lata se podían sacar más de 30 utilidades (anzuelos para pescar, hacer fuego, cortar cosas, hacer ruido…) todo servía. Porque, en la vida incluso lo que parece inservible puede convertirse en tu mejor herramienta si sabes cómo mirarlo.
El gran reto de la mañana fue una búsqueda del tesoro por equipos, donde tuvieron que aplicar todo lo aprendido: leer el terreno, trabajar en equipo, pensar con lógica, saber guiarse y encontrar el norte y no rendirse. La emoción al encontrar el “tesoro” fue solo comparable a la cara de orgullo de cada uno al darse cuenta de lo capaces que son.
Después, volvimos a casa para reponer fuerzas y compartir anécdotas entre risas durante la comida, sin embargo, la tarde no bajó el ritmo. Aprendieron a construir refugios improvisados, hablaron sobre astronomía y descubrieron cómo orientarse por las estrellas, aprendiendo a encontrar el norte con la misma naturalidad con la que se encuentran a uno mismo cuando se siente acompañado.
Para cerrar el día, volvimos al monte. Construyeron su propio refugio y compartimos una cena en plena naturaleza, bajo un cielo que parecía pintado. Las linternas se apagaron para dejar que las estrellas nos guiaran en silencio. Y así, con los sonidos del bosque como banda sonora, y la luz de sus linternas, emprendimos el camino de vuelta a casa.
Esta noche, los más avezados pudieron dormir en la terraza con esterillas y sacos, bajo las estrellas que habían conocido y reconocido durante la aventura al aire libre.
Hoy no solo aprendieron a sobrevivir en la naturaleza. Aprendieron a confiar en ellos mismos, a colaborar, a observar, a adaptarse, a ver más allá de las apariencias de las cosas y sacar los PQ de las cosas.
Y lo más importante: descubrieron que son mucho más fuertes de lo que alguna vez les hicieron creer, y que la vida no solo necesita de conocimiento sino de acción, paciencia y perseverancia para lograr encender ese fuego interior que se encontraba apagado pero que todos llevan dentro y ahora vuelve a humear y pronto se encenderá.
Este día no fue solo una aventura. Fue una lección de vida. Y eso, no se olvida.
Sergio Garrido
Área de Autodefensa de AEPAE
