Martina y Rebeca. Una niña y otra adolescente. Las dos sensibles y únicas. Con un brillo especial en la mirada. Un brillo hacia dentro el de Martina, la adolescente, que delata un sufrimiento sostenido, solitario y huérfano. Un brillo hacia fuera el de Rebeca, a punto de quebrarse como ese cristal fino y delicado, que se ennegrece si no se mima.

Martina, repleta de dones, no confía en sí misma. A pesar de hablar tres idiomas, tocar el piano, escribir y pintar, siente que es un trozo de carbón, aunque en realidad es un diamante.
Rebeca es pura energía. A veces incontrolable y caótica, pero siempre amorosa. Es como un barco a la deriva buscando una isla en la que arribar y encontrar un espacio seguro, libre de burlas y marginaciones.
Martina ya sufría maltrato escolar a los 6 años. Cosas sin importancia que dirían algunas personas. Un tu no juegas, un empujón o un eres tonta reiterados. Como si al final fuese un saco de entrenamiento en el que descargar envidias y mezquindades. Y un día la destrozaron por dentro. Tenía 8 años y estaba en horario de piscina, pero tuvo que quedarse aparte porque tenía febrícula. En un momento de soledad, llegaron dos niños, uno de 10 y otro de 11 años de los que la molestaban frecuentemente, y la agredieron sexualmente: le tocaron el pecho y la entrepierna. Martina se quedó paralizada, sin entender qué estaba ocurriendo, y no conto nada a nadie. No sabía qué hacer con ese suceso y decidió, de manera instintiva, que lo mejor era esconderlo en un espacio recóndito e inexpugnable de su cerebro. Así estaría a salvo de ese recuerdo. Ahora tiene 12 años.

Rebeca ya ha percibido, desde los 5 años, qué es sentirse diferente. Ahora a los 8 años, ya lo tiene normalizado. Es a veces excesiva y no tiene filtros. Si quiere abrazar lo hace, si quiere hacer una pirueta la hace, si le apetece decir en voz alta que te quiere, o que su madre es impresionante, lo hace. Su profesora dice que es hiperactiva, pero ni eso ni ninguna otra circunstancia, justifican el maltrato. Ella le dice a su madre que las demás niñas le quieren oscurecer el corazón, y que ya nada es lo mismo.
Ambas, como en una sincronicidad mágica llegaron al mismo punto de inflexión, por distintos caminos, en el que o eran valientes o no eran. O se atrevían a ser o no serían nunca. Martina consiguió reconocer su herida y la está empezando a sanar. Ya no se esconde detrás de su flequillo, y su cuerpo ha dejado de encogerse. Ya no se siente pequeña y es consciente de su valor y de todos los dones que posee. Está aprendiendo estrategias de afrontamiento, psicológicas, verbales y físicas, y por primera vez se ha reconocido frente al espejo como una persona extraordinaria. Rebeca, por su parte, ha aprendido que hay que defenderse de manera asertiva y que huir no es la solución. También que no todas las personas van a entender su manera de ser, tan libre, tan espontánea y tan amorosa, pero de eso se trata, no de tolerar su diversidad, sino de celebrarla.
Martina y Rebeca reflejan las dos tipologías más comunes dentro del acoso escolar que sufren las niñas y las adolescentes.
Este mes de marzo, mes de la mujer, quiero rendir un homenaje a esas niñas valientes que enfrentan el maltrato reiterado dentro del entorno educativo. Martina y Rebeca: os he visto sufrir, pero también he visto el brillo de la esperanza en vuestras miradas.
Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE
Por otra parte, AEPAE necesita tu ayuda:
AEPAE es una asociación sin ánimo de lucro que no recibe ningún tipo de subvención pública para mantener su autonomía y el sentido común.
Únicamente recibimos donaciones de empresas y particulares, que nos permiten desarrollar todo nuestro trabajo de forma optimizada: plan nacional en colegios, cursos, talleres, jornadas, campamentos, campañas, conferencias, etc...
Esperamos tu ayuda, por pequeña que sea, porque todo cuenta ¡Gracias!