A Melchor, Gaspar y Baltasar: No quiero una Play Station, no tendría con quien jugar. Tampoco quiero ropa chula, que no es más que un disfraz. Ni una pelota, porque no me gusta el fútbol. Solo quiero un compañero con quien hablar. Un amigo con el que compartir mis sueños. Alguien a quien abrazar sin sentir miedo.
Mi soledad no es elegida, sencillamente me ignoran y me desprecian. Dicen que soy raro porque hablo con palabras rebuscadas, pero no es así. Me gusta leer e imaginar lo que no puedo tener, es como una vía de escape a la realidad.
No entiendo por qué se premia al que agrede, insulta y amenaza. Tampoco por qué es popular el que hace gracia y bromas pesadas e hirientes. Ya no solo me insultan y se ríen de mí, sino que también me empujan y me ponen la zancadilla al pasar. Algunos colaboran. Otros solo miran y se alejan, para no implicarse, como si les molestase ser conscientes de que no están haciendo nada por ayudarme. Me siento como si no existiese. Como si fuese una de esas prendas de ropa con defectos de fábrica. Una tara que no sirve y es prescindible: me siento basura.
Me entra ansiedad todo el tiempo. Estoy alerta esperando la próxima burla. El próximo empujón. Hoy me han escupido. Ni siquiera me he limpiado ¿Para qué? Lo que si he hecho es ir al baño a llorar un rato, sin que nadie me vea. No podía respirar bien. Me he tirado del pelo, duele, pero ha rebajado mi tensión.
Esta mañana me he levantado con una idea en la cabeza. ¿Y si hago que todo acabe? ¿Y si me lanzo por el balcón? Será como volar hacia el cielo y salir del infierno. Pero enseguida me he quitado ese pensamiento. ¿Qué sería de mi madre? No podría verla sufrir. Por eso me callo y no se lo cuento. Está todo el día trabajando para sacar la casa adelante.
El otro día se lo conté a un profesor y me dijo que era un exagerado, que no me tomase la cosas tan a pecho, que eso son cosas de chavales, que haga mi vida y no me preocupe tanto. Pero ¿qué clase de vida es esta? Ya estoy acostumbrado al dolor. Pienso que quizás me lo merezco. No valgo nada.
Ya conozco el secreto de los reyes magos, hace años que lo sé. Pero -a través de esta carta- quizá alguien me escuche allí arriba, en el universo al que tanto me gusta mirar con mi telescopio. No he perdido la esperanza. Creo y siento que hay algo más grande que nosotros, que nos une de alguna manera, imprecisa e inexplicable.
Ya falta poco para las vacaciones de Navidad ¡qué alivio! Estos días hacemos poco en clase. Ver películas y repasar materias. Pero el acoso escolar no para. Siempre encuentran el motivo o la oportunidad para maltratarme. Incluso en el comedor, donde suelo comer solo.
Pero hoy ha pasado algo: los de siempre me han tirado trozos de pan desde su mesa, y uno de ellos me ha echado agua en la espalda al pasar a mi lado. Uno de los monitores que nos cuidan lo ha visto todo, y les ha dicho que eso se ha terminado, que no vuelvan a molestarme; y a mí, que no lo permita. Ha preguntado en voz alta: ¿por qué está comiendo solo?¿algún valiente quiere comer a su lado? Se han levantado dos chicos y una chica, de distintas mesas, y se han sentado conmigo.
Hemos hablado. Me han sonreído. Hoy ha sido un gran día ¡Feliz Navidad!
Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva
Presidente de AEPAE
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