Hola, soy yo, el pupitre. Hoy he vuelto a escuchar las burlas crueles y las risas cómplices. Sonia empezó a comer de forma compulsiva desde ese día en que la humillaron delante de toda la clase. Salió a la pizarra y el clip de la falda dio de sí, abriéndose y cayendo, como una página que lleva a otro capítulo de su historia. La profesora no supo acallar las risas, ni sostener su vergüenza.

Su cuerpo estaba en pleno desarrollo, y las tallas se le quedaban pequeñas. Fue un niño el que primero le dijo: «foca», pensando que era gracioso. Sonia lo percibió como una puñalada en el corazón, como si su frágil autoestima se hubiese fracturado en mil pedazos.
Desde entonces lleva ropa de tallas grandes, intentando ocultar su cuerpo. Pero ya es tarde para esconderse de las miradas crueles, que la juzgan con desprecio y asco. Se sienta sola en el comedor y después de comer se va siempre al baño, para meterse los dedos en la boca y vomitar. Luego, en casa, come compulsivamente para calmar su ansiedad.
Ya no hay vida en su mirada, unas veces perdida y otras veces llena de lágrimas. No solo se siente sola: se siente inútil, fea, prescindible y culpable. Hace pocos días le dijo a su madre entre sollozos, que preferiría no haber nacido.
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